enero 19, 2008

LA CHAYA - GRUPO VOCAL AGUABLANCA - EL LAGARETERO

















El festejo de la chaya

La Chaya, esa fiesta que todos los años a mediados de Febrero, convoca a los riojanos para manifestar su gozo y algarabía en los “topamientos” que se realizan por los distintos barrios, en el horario de la siesta, llega a veces a confundirse con el festejo del Carnaval, pero tiene un origen ancestral, y mucho más autóctono, propio de las raíces indígenas de los habitantes de esta bella tierra, que aún sienten un apego especial por algunas de sus tradiciones, a pesar de que las costumbres y métodos de celebración van “aggiornándose” al ritmo de los tiempos.
16/02/2009 - Columnista : María Bastasini
La historia de la Chaya viene desde nuestro pasado precolombino, y nos trae todo un relato poético y trágico a la vez ya que es la historia del agradecimiento de los indios a la madre tierra por los dones recibidos, y a la vez es la rememoración de una pasión pura, de un amor muy grande, que quedó trunco por designio del destino. Tiene estas dos características que la destacan, y que marchan unidas en los festejos populares, esta es la raíz cultural que viene de nuestro pasado diaguita, que era tributario del imperio incaico. Entonces, como muchos aún se pliegan a los festejos de manera autómata, por simpatía nomás o por curiosidad, pero ignorando el porqué de la Chaya, trataré de explicar su origen desde estos dos puntos de vista aparentemente disímiles, pero que marchan juntos al compás de las cajas de los vidaleros. La Chaya es una expresión puramente riojana, un sello distintivo de La Rioja, pero en el corazón del diaguita no es sólo jolgorio, ni menos aún un carnaval. Fue, desde el principio, un acto de agradecimiento, un acorde triunfal de la tribu, en la fiesta de la recolección de los frutos que le brindaba generosa la Madre Tierra (Pachamama), fecundada siempre por el Padre Sol (Inti). Todos los hermanos de la tribu danzaban con gran desborde de alegría, brindando una suerte de mensaje de acción de gracias a sus dioses, precisamente en febrero, o sea a finales del verano, cuando ya habían realizado sus cosechas y disfrutaban con el agua corriendo por los canales naturales o acequias artificiales, los cardones con sus flores bañadas por el rocío, es decir toda una Naturaleza pródiga en dones que aseguraban el bienestar de la tribu, y donde la lluvia parecía lágrimas emocionadas del cielo y por las noches brillaba una luna serena, con una sonrisa gigante que invitaba a brindar por la continuidad de la vida y por la unión de los miembros del “Ayllu” (clan o tribu), eran tiempos de paz y de amor.
La CHAYA es fiesta ancestral, cuyos orígenes se pierden en la lejanía del tiempo.
En la Rioja de hoy esta fiesta popular está muy ligada al carnaval. Esta "hibridación" viene ciertamente de la época del mestizaje indo-español, pero en la América precolombina ya existía el ritmo y la fiesta. Y existía el amor, la pasión, el deseo entre los sexos, y precisamente la otra acepción del término Chaya está ligado con una historia de amor cuyos protagonistas tienen un trágico final, cada cual por su lado. La tradición oral cuenta que los españoles que llegaron por vez primera a estas tierras se maravillaron con el singular festejo de los indios danzando y arrojándose agua y harina de maíz. Adjudicaron el suceso en un primer momento a un ceremonial de agradecimiento, es decir la primera acepción del término Chaya. Pero con el avance en la comprensión del idioma y costumbres diaguitas, tomaron conocimiento que en muy lejanos tiempos existían un príncipe llamado Pujllay (también Pusllay o Pullay) que es una voz cacana que significa "jugar, bromear, alegrarse", y una niña india muy hermosa y dulce. Ambos estaban muy enamorados pero Pujllay por ser príncipe, debió someter su amor a la opinión de los ancianos de la tribu. Estos lo desaprobaron por la conducta impetuosa, díscola, alegre y juguetona del joven príncipe. Esto produjo la ruptura definitiva de la incipiente relación amorosa, y la niña huyó de la tribu dolida de tristeza por su amor imposible. Subió a las montañas y se convirtió en una nube que cada año regresa y derrama sus lágrimas de amor en forma de gotas de rocío que se posan en los pétalos de la flor de cardón, y es por esto que a la niña se la llamó Chaya, que significa “agua de rocío”. Significa la búsqueda del agua celestial que vivifique los cultivos en estas tierras áridas y desoladas. Y el otro protagonista, el principito alegre y juguetón llamado Pujllay, destrozado su corazón por la pérdida de su amada, dedicó su vida a continuas borracheras, dejó de ser bello e impetuoso, y su “cabeza hueca” al decir de los viejos de la tribu, se fue llenando de melancolía. Hasta que el destino le puso el punto final a su calvario, y en su última borrachera, pierde el sentido y cae en el fogón de la fiesta, donde muere calcinado. Como dijera el R.P. Martín Horacio Gómez, esta historia es una: “tragedia de sabor griego que hoy aparece en la "quema de Pujllay" y en su "entierro", al final del Carnaval... Es tal vez la imagen de un riojano sufriente, amante de la alegría y de la vida, que es capaz de morir por amor o por su ideal, y que nunca se resigna a aceptar la mala cara de la marginación o del "destino"...
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Letra de la chaya
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Las cajas ya están templadas
los bombos bien estiraos
es que se viene la chaya
riojana con el pujllay
los changos y las chinitas
las calles han adornado
con ramilletes de albahaca
y con el muñeco ladeao
las pacotas a caballo
recorren por la ciudad
entonando vidalitas
y coplas pal carnaval
coronación en los barrios
salen todos a jugar
agua falta pa’ beberla
pero sobra pa’ chayar
así es la chaya riojana
como ella no hay igual
el que quiera conocerla
que venga p’al carnaval
ahí verán lo que es mi tierra
y su forma de chayar
y después saldrá cantando
esta copla popular
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Se dice que La Chaya es una expresión de la cultura riojana que toma vida cada año en el fin de semana más cercano al 15 de febrero. Hoy, por acción conjunta de la Secretaría de Turismo de la Provincia y la empresa Correo Oficial de la República Argentina, la Chaya encuentra difusión nacional por la emisión especial de una serie de estampillas alegóricas al festejo. La Chaya encuentra su origen en el rito religioso natural de alegría y acción de gracias celebrado por la tribu, donde los hermanos comparten la alegría de los dones recibidos de la Pachamama, mojándose mutuamente con agua y empolvándose unos a otros con harina de maíz. La Chaya Riojana es una fiesta ancestral y popular muy ligada al Carnaval, que reconoce como principal protagonista al Pujllay, un muñeco de trapo de tamaño natural con cabeza canosa en torno al cual se desarrolla la celebración. Este dios del carnaval nace el sábado anterior al festejo y su entierro tiene lugar el Domingo de Cenizas. Actualmente la Chaya se festeja en todos los barrios regada de buen vino y con el aire perfumado de albahaca, realizándose los tradicionales “Topamientos” entre familias, presididos por el “Compadre” y la “Cuma”. Hay una convocatoria multitudinaria llamada Chaya que es un festival musical que se realiza por las noches en El Puquial, con la particularidad de que unos pocos escuchan sentados a los artistas, mientras los demás disfrutan jugando con harina y bailando al ritmo pegadizo de chayas, chacareras, zambas y demás ritmos folclóricos. Esta es una suerte de festival comercial, con cierta desnaturalización del festejo autóctono, que por suerte se conserva en los barrios tradicionales. Es decir que existe una Chaya montada con criterio empresario, donde se monta un escenario donde desfilan artistas de renombre nacional, y no siempre del rubro folclórico, y donde los artistas locales hacen de “bandas soporte”, pero diría que sólo es música de ritmos variados acompañada de vino y alegría. La verdadera fiesta de la Chaya hay que buscarla en los barrios, y por ejemplo en fiestas particulares como el “ceremonial de los Moya” en barrio Los Olivares, o el carnaval de Los Amigos en barrio Ferroviario, o las “juntadas” de Pancho Cabral o el Negro Matta, entre otras, donde se encuentra más acentuado el anhelo de mantener los festejos tradicionales y donde, alejados de todo pensamiento mercantilista, los vecinos y vecinas reeditan esta antiquísima celebración que merece ser recordada todos los años, como símbolo de agradecimiento al Cielo por los dones recibidos en la Tierra, y como un especial recuerdo a la niña Chaya en forma de generosa lluvia que llora por su Pujllay querido, al que se quema un Domingo de Cenizas, con la promesa de “pa’l año i’volver a chayar, si Diosito quiere”.
(Fuente: “El Tinkunaco y la Chaya: comercio o tradición” de Lic. Romina Santander Valgañón)
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